martes, 13 de abril de 2010

Reflexión sobre Adventistas Judíos o Judíos Adventistas

El pasado fin de semana (9-10/abr/2010) estuve leyendo en algunos sitios web y observando algunos videos sobre Adventistas Judíos.

Es impresionante su liturgia y la profundidad con que tratan algunos temas de la Biblia.

En forma especial me impactaron dos cosas:
1) Observar en su liturgia la cantidad de veces que se refieren a Dios como Rey.
2) Un tema sobre la muerte de Nadab y Abiú y el fuego común que ofrecieron.

En un mundo "democrático" hemos desarrollado la idea de que el pueblo manda, que todos somos iguales. Se nos dificulta, por lo tanto, reconocer a Dios como superior a nosotros, como no-sujeto a nosotros, sino nosotros sujetos a él (sus súbditos). Quizás por eso, muchas veces las oraciones parecen pliegos petitorios y algunos hasta le ordenan a Dios lo que debería hacer. En contraste, escuché muchas veces en los cantos de estos hermanos que Elohim o Adonai reina en Yerushalaim, y también en nuestro corazón. ¡Qué diferente se siente!

Estos pensamientos se repiten vez tras vez, en contrastante con nuestra idea moderna que nos obliga a hacer todo "nuevo", "diferente" cada vez. En nuestra cultura repetir una y otra vez lo mismo es señal de obsolescencia. Cuando le platicaba a mi hermana de esta experiencia, me preguntó cómo pueden ellos repetir vez tras vez todo esto en un mundo que exige cambiarlo todo constantemente. Le respondí que es precisamente esta constante repetición lo que les ha dado identidad y les ha permitido sobrevivir a través de todos los ataques que como pueblo han enfrentado a través de los siglos.

Esta constante repetición es lo que mantiene la memoria de quién es su Dios y quiénes son ellos. Pero nosotros, al evitar la repetición, olvidamos quiénes somos y sobre todo, quién es nuestro Dios. Y ante este olvido, nos ataca la duda con mayor facilidad.

Nadab y Abihu (Levítico 10) murieron al ofrecer fuego extraño delante de Dios, lo que no le agradó. Dios entonces hizo salir fuego delante de Él y los consumió. Este fuego extraño era fuego común en contraste con el fuego sagrado que debieron usar.

Luego el pastor-rabino explicó que cada ocasión que se reunen, repiten la misma liturgia, cada semana lo mismo. Se corre el riesgo de comenzar a repetirla mecánicamente, sin sentir lo que se dice. También es posible que se pierda de vista la importancia de lo que se hace y se piense que no es tan malo llegar un poco tarde, "al fin que siempre hacemos lo mismo". Y en ese momento, dijo Él, Dios se hace cosa común para nosotros y comenzamos a ofrecer fuego extraño. Entonces me pregunté si eso no podría pasarme a mí también.

Algo más que captó mi atención fue cuando dijo que los momentos litúrgicos de adoración no se tratan sobre lo que nosotros podemos hacer para Dios, ni siquiera sobre lo que Dios puede hacer por nosotros, sino de adorar a Dios por lo que Él es. Así de simple. ¿Yo adoro a Dios por lo que Él es, independientemente de lo que hizo, hace o hará por mí? ¿Lo adoro para que me cumpla el pliego petitorio que preparé?

Debo reconocer que el profeta tuvo razón cuando escribió: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" Jeremías 17:9. Por lo que hago mía la oración del salmista: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Salmo 139:23-24).